lunes, 8 de septiembre de 2014

Los poderosos efectos de saber cuándo pedir disculpas


Seguramente a ti también te pasó de niña: a menudo, los adultos nos obligaban a pedir disculpas incluso en ciertos casos en los que nuestra culpa no había sido probada. En esas situaciones, las disculpas se presentaban como una forma de mostrar respeto y se convertían en palabras mágicas que lo arreglaban todo: el problema terminaba y los adultos que nos rodean se quedaban conformes, orgullosos. Pero, ¿qué sucede luego en el mundo adulto? ¿Pedir disculpas, incluso cuando no cometimos el error, tiene utilidad?

La revista Social Psychological & Personality Science publicó un estudio llamado ¡Lamento que llueva! Las disculpas superfluas demuestran empatía y aumentan la confianza en el que se concluye que muchas veces pedimos perdón por circunstancias de las que no somos responsables, como por ejemplo el tráfico o el mal clima.

En ese sentido, se define a las ‘disculpas superfluas’ como expresiones de arrepentimiento por circunstancias no deseables, que aumentan la confianza en quien las ofrece, al mostrarse empático y consternado por la situación del otro. Según esta idea, simplemente el lamentarnos debido a que una persona llegó tarde a su trabajo por el mal tráfico expresa nuestra preocupación por su bienestar, lo que genera confianza y buen clima.

Según la psicóloga Rut Dayan, pedir perdón o disculparse es difícil y le cuesta a todas las personas porque, de alguna manera, implica ceder. Por eso, el que es capaz de hacerlo “no está montado sobre el caballo de la soberbia y denota humildad, por lo que resulta más confiable”.

De hecho, desde el punto de vista de algunas religiones, pedir perdón cuando no se tiene la culpa habla de una gran disposición a estar bien con el prójimo y otorga cierto alivio y libertad al espíritu.

Pero, ¿qué sucede si llevamos esta conclusión al ámbito de la pareja? ¿Hasta qué punto debemos hacernos cargo de circunstancias y situaciones que no son nuestra responsabilidad y qué utilidad tendría?

Al respecto, la licenciada Dayan explicó: “No es que uno se tenga que hacer cargo siempre de las culpas del otro, sino que hay que entender que darle la razón puede aliviar el problema y contribuir a que no pase a mayores. ‘Dar el brazo a torcer’ sería más beneficioso que quedarse en una postura única, porque en la pareja no hay una verdad única y cada uno hace un recorte de la realidad según sus experiencias”. Por eso, concluyó: “Si uno no quiere perjudicar la relación, hay que aceptar que el otro puede tener razón”.

Por lo tanto, no se trata de absorber todas las culpas y responsabilizarse de la situación sólo para bajar la tensión, en ese caso, estaríamos debilitando el ‘poder mágico’ que las disculpas tenían cuando éramos niños y terminarían perdiendo sentido. Además, hacer esto anularía la idea de que somos confiables cuando nos disculpamos.

“La pareja siente confianza cuando hay honestidad. En el conocimiento mutuo el otro sabe si me hago cargo de mis conductas cuando me equivoco o no. Pedir perdón por aquello de lo que no somos responsables no sólo no hace que la pareja sienta más confianza en uno, sino que además tampoco es bueno para uno”, indicó la psicóloga y antropóloga Fabiana Porracin.

Lo importante, entonces, es que nos hagamos cargo sólo de lo que causamos. “Disculparse por aquello de lo cual uno no tiene responsabilidad no es constructivo, porque enmascara una mentira. Y donde hay mentira, no hay sanidad”, subrayó la licenciada Porracin.

Por Sabrina Pagnotta.

Y tú, ¿qué opinas al respecto? ¿Estarías dispuesta a hacerte cargo de algo que no es tu culpa?


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